martes, 24 de diciembre de 2013

Arsenal y Chelsea tuvieron respeto por el fútbol

Arsenal y Chelsea empataron (0-0) en un partido que ofreció mucho menos de lo que anunciaba. Pero que sirvió para dejar vivos a ambos equipos en la Premier. El Chelsea, con trivote, fue de más a menos; el Arsenal, que no hizo cambios, se creció con los minutos hasta el punto de tener el partido en sus manos al final.
No fue el más brillante de los partidos, pero sin embargo sirvió de mucho a ambos equipos. Al Chelsea, por ejemplo, para no perder comba con respecto a la cabeza de la liga. Y para demostrar que cuando Mourinho dispone sus fichas sobre el tablero, es capaz de condicionar tácticamente casi a cualquiera. Al Arsenal, aunque perdió el liderato, le sirvió para ganar algo de moral. Ahora son segundos, empatados a treinta y seis puntos con el Liverpool y perjudicados por un goal averagepeor, pero después del ridículo que hicieron contra el Manchester City, sellado con un 6-3, se volvieron a convencer de que pueden plantarles cara a los equipos punteros de la Premier. Que no han sido un espejismo estos meses de competición y que siguen siendo candidatos al título.
Los dos equipos siguieron trayectorias muy diferentes durante los noventa minutos. El Chelsea dominó hasta la primera mitad, asentado en la ventaja táctica que le suponía presentarse hoy en el Emirates con un trivote formado por Lampard, Obi Mikel y Ramires. Tres soldados a las órdenes del mejor de los generales que anularon por completo el juego del Arsenal. En palabras de Mourinho, la inclusión de Mikel en el once respondía a una necesidad de ganar “equilibrio para no quedar expuestos” y sufrir a la contra. Le salió redondo. Obligó a Özil a recibir atrasado y Ramsey no pudo despegar en ningún momento.
Y aún mejor le pudo salir si el larguero no llega a impedir que la volea de Lampard desde la frontal entrara en la portería de Szczesny. Fue la mejor ocasión del Chelsea en la primera mitad y en todo el partido. Y quizá la única de peligro real. Coincidió con el progresivo arranque del Arsenal. O, más bien, fue su causa directa.
Arteta campó a sus anchas por el Emirates. Aprovechó la ausencia de un mediapunta en el Chelsea para situarse inmediatamente por delante de los centrales y desde ahí desplegar su fútbol. Fue lo mejor del Arsenal, el único argumento ante un Chelsea que le ahogaba en el plano táctico. Pero no pudo hacer ninguna maravilla. Ramsey, su teórico primer apoyo, se iba a los tres cuartos de campo. Özil se ofrecía, pero lo máximo que daba era un apoyo de cara. Ni Sagna ni Gibbs eran profundos. El escenario era desolador. Arteta tenía una bomba nuclear en sus manos, pero no había aviones en el aeropuerto que le ayudaran a lanzarla.
Poco a poco se fue asentando el Arsenal. Comenzó a desplegar su fútbol y el partido giró a la ida y vuelta. Un clásico en la Premier, un ingrediente indispensable para que el partido guste. Pero fue una ida y vuelta muy moderada. Muy respetuosa, como todo el partido. Los dos equipos se jugaban demasiado y eran conscientes de que un error les dejaba gravemente heridos en la tabla. Que tenía mucho más que perder el Arsenal también era una realidad. Una derrota tumbaba anímicamente a los de Wenger, además de dejarles a un punto del líder Liverpool.
Y fue por eso por lo que Mourinho quiso romper el empate a cero. Porque ya estaba bien de conservar. Entraron dos de sus hombres de mayor confianza, Schürrle y Oscar, con el objetivo de hacer añicos el partido. Diez minutos más tarde se arrepintió; tuvo que entrar David Luiz por Torres para amarrar el empate. Ya no parecía tan mala idea.
Wenger no hizo cambios pero su Arsenal brilló más al final del partido
El motivo era simple, aunque complejo de entender físicamente hablando. Y es que un Arsenal que no había hecho un solo cambio devoró al Chelsea en los diez minutos finales del partido. Ni un cambio, cero. Wenger ni siquiera quitó a Rosicky, discreto durante los noventa minutos y pasado de revoluciones, a pesar de tener una amarilla. Casi lo borda. En una de las pocas subidas de Gibbs por la izquierda, se asoció de maravilla con el checo. El balón llegó a los pies de Giroud en una posición perfecta. Pero entonces Cech se estiró para tapar todo el espacio posible y mandar el balón a córner. Era la segunda que tenía el francés. La primera la echó fuera después de un gran pase de Ramsey.

Y entonces llegó el final. Acabó un espectáculo que ofreció mucho menos de lo que anunciaba. Pero también se acabaron esos noventa minutos de respeto mutuo entre dos equipos que se saben rivales directos por el título. Unos noventa minutos llenos de lecturas y de matices muy diferentes, contradictorios en algunos casos. El Chelsea sigue vivo y acecha. El Arsenal, por supuesto, también.

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