domingo, 13 de octubre de 2013

Cesc Fàbregas, el multiusos

El catalán es un futbolista con problemas de identidad. No sabe muy bien si es centrocampista o delantero. Y además tiende a la desconexión. Pero en forma deja a la vista su naturaleza: incontrolable, como su fútbol, que sirve lo mismo para un roto que para un descosido.


Hasta pocas horas antes del comienzo del partido iba a ser la referencia ofensiva de España. Después, durante el transcurso del partido, fue el que trató de encender las luces en la oscuridad que propuso Bielorrusia desde el centro del campo. Ese es el sino de Cesc Fàbregas, un futbolista que  hace de todo y todo lo hace bien. Un multiusos al que muy pocas veces se le reconoce su esfuerzo: rinde muy bien arriba sin ser delantero pero se le achaca que le falta gol; crea y llega al área con frecuencia jugando como interior pero se habla de su fragilidad defensiva. Y mientras tanto, Cesc sigue a lo suyo.

Es propenso a la desconexión. Se nubla, aparecen nubarrones sobre su cabeza y nada le sale bien. Prácticamente se deprime sobre el césped. Durante ciertos tramos de la temporada no existe Cesc Fàbregas. Su cabeza sigue procesando a cien mil revoluciones por segundo, pero sus piernas no le responden, no ejecutan los planes que maquina con esmero. Le ocurre desde que era pequeño y un genio alsaciano decidió llevárselo a Londres. Y es increíble que aún le siga ocurriendo: ha progresado tantísimo como futbolista en tan poco tiempo que sorprende que aún no haya pulido ese aspecto.

Cuando se fue al Arsenal, Fàbregas era un diamante en bruto. Un constructor de juego excelente con una visión de juego privilegiada pero con graves problemas de mentalidad. Partidos brillantes y desastrosos a partes iguales, pero su talento estaba ahí. El Barça no se atrevió a conservarlo y acabó en la city.
Fue subiendo peldaños de cinco en cinco. Pronto se convirtió en la mayor promesa del club gunner y su debut en el primer equipo no se hizo esperar: se produjo con 16 años y 177 días. La marcha de Vieira le dio las llaves de la titularidad y la eliminatoria de Champions frente al Real Madrid de la temporada 2005/06 marcó un antes y un después. El Arsenal perdió la final de ese torneo contra el Barcelona en París y Cesc dio un paso al frente como estandarte del grupo junto a Henry.

En los años siguientes, en medio de la decadencia londinense, Cesc agrandó aún más su figura. Era un futbolista mucho más maduro, más responsable y, a la vez, más arriesgado con el balón. Wenger comprendió la evolución del de Arenys de Mar y lo rescató del inicio de la jugada para acercarlo cada vez más al área. Se destapó como líder y sus registros goleadores se dispararon. Sólo un pero: se desconectaba.
Cesc, que dejó seca la fuente de conocimiento de Wenger, aceptó la oferta que el Barcelona hizo por repatriar a su hijo pródigo en busca de nuevos retos. Y Guardiola revolucionó su manera de jugar. Entendió que su progresión lógica era acabar como delantero, pero no un delantero centro al uso, un delantero móvil y generoso. Fàbregas pasó de mediocentro a delantero en apenas cinco temporadas y con sólo 24 años. Asimiló los conceptos de todas las posiciones que ocupó y se erigió como un futbolista completísimo, pero innegablemente indefinido.

Cuando uno se refiere a Cesc Fàbregas no sabe si habla de un mediapunta, de un interior, de un falso delantero o de un mediocentro. Juega de maravilla en todas esas posiciones, pero no está encasillado en ninguna. Sirve para desatascar arrancando desde atrás o para continuar la jugada apareciendo desde arriba. Es muy útil cuando el ataque posicional se atasca y cuando el partido necesita de un golpe que lo decida.
Hoy mostró muchas de sus virtudes en un partido muy poco propenso al lucimiento. Apareció en el área cada vez que tuvo ocasión y aportó en la elaboración de la interminable jugada. No jugó de falso delantero, sino que lo hizo de Cesc Fàbregas. Porque su fútbol es tan incontrolable como su talento, que lo mismo sirve para golear que para elaborar.

Desde que regresó a España, pocas veces se ha sido justo con Cesc Fàbregas. Se han exagerado sus carencias y empequeñecido sus virtudes. Sobre todo, la más grande que tiene: cuando se desconecta es el que más trabaja del equipo. Lo hace arriba, en el centro o cerca de la banda. Porque Cesc, aunque todavía no sepamos de qué clase de futbolista se trata, es un multiusos. Y no uno cualquiera: su calidad es exquisita.

PabloG.

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