martes, 17 de septiembre de 2013

Peces y cañas

Este artículo no se publica hoy por casualidad. Lo pude hacer ayer, pero hubiera sido absurdo. ¿El motivo? Una cuestión muy simple: nadie hubiera prestado ni la más mínima atención a un texto que critica a un equipo que ha humillado a su rival endosándole un contundente 5-0. Hoy, una vez pasada la tormenta, espero que se le preste un poco de atención. Porque no, no es oro todo lo que reluce. Definitivamente no. El Málaga, por fases, no me gustó un pelo.


La seña de identidad del equipo que entrenaba Manuel Pellegrini la temporada pasada era un ataque posicional exquisito. El Málaga era un ciclón con el balón en los pies. Lo movía de un lado a otro, encontraba los espacios ocultos y desangraba al rival. La mayoría de las veces estos espacios llegaban por banda, donde los laterales llegaban hasta línea de fondo y desmontaban el entramado defensivo del rival. Pero lo que diferenciaba a ese Málaga del resto de equipos de la liga española y probablemente también de Europa era su intercambio de posiciones. El balón rodaba, y al mismo tiempo se producía el desorden a partir de la línea de tres cuartos de campo. Un desorden ordenado, claro. Y altamente productivo.

Ahora la situación ha cambiado: Pellegrini se ha ido, y con él los grandes peloteros. Han llegado Schuster y otra clase de jugadores. Y aunque el alemán dijo en su presentación que su idea del fútbol no se encuentra muy lejos de la de Pellegrini, es lógico que haya variaciones. Más que nada porque el Málaga ha cambiado su plantilla de arriba abajo. Pero lo que no concibo es lo que se vio contra al Rayo. El Málaga se basó exclusivamente en los balones largos cuando le tocaba proponer fútbol. Hubo ratos en los que lo único que diferenció al Málaga de Schuster con el Stoke City de Pulis fueron los saques de banda: en La Rosaleda se hacían en corto.


Los hombres de Paco Jémez tienen bien aprendida la lección: tocar, tocar y tocar. Es de admirar que un equipo tan humilde sea tan valiente. Incluso se atreven con la salida lavolpiana. Es decir, sacar el balón desde atrás con los centrales bien abiertos, incrustando al medicentro entre ellos y abriendo mucho a los laterales, que se sitúan a la altura de la línea central. Esta peculiar manera de iniciar la jugada la desarrolló el argentino Lavolpe, sobre todo, en la selección mexicana que disputó el Mundial de Alemania en 2006, de ahí el nombre. Su realización es tremendamente dificultosa y arriesgada, pero si sale bien no hay mejor forma de dominar al rival, porque abre huecos por todos lados. Un ejemplo de su dificultad es que al Bayern de Guardiola le está costando un mundo asimilarla. Sin embargo, el Rayo la hace de maravilla.


En la Rosaleda, Galvez y Galeano (después Arbilla) se abrían y Tito y Nacho ganaban la línea divisoria. En medio de los centrales se situaba Saúl Ñíguez, dueño y señor del encuentro durante la primera parte. El canterano atlético desquició a un Málaga que nunca supo leer ese inicio de la jugada. El Hamdaoui iba a presionar a los centrales y Sergi Darder se veía obligado a seguir a Saúl. El problema: esto hacía que Trashorras se quedara solo en el centro del campo, con lo que ello implica. La mala lectura de esta jugada, que se repitió cada vez que el Rayo arrancaba desde atrás, provocó que los franjirrojos bailaran al Málaga durante buena parte de la primera mitad.

El Málaga, sin embargo, basó el partido en su efectividad. Con balones en largo o enlazando a la contra (ahí pocos equipos están a su altura) pudo plantarse varias veces frente a la portería de Rubén y perdonó pocas de ellas. Consiguió con goles lo que no pudo hacer con fútbol. Pero ¿qué pasará cuando esos balones no entren, cuando esas ocasiones (que fueron más porque los vallecanos defienden de manera calamitosa) tarden y tarden en llegar? El partido dejó clara una cosa: Schuster le da a su equipo un cubo de pescado en forma de buenos futbolistas; Paco Jémez, en cambio, les da una caña.


PabloG.

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