sábado, 28 de septiembre de 2013

La luz de Modric

En Madrid hay una luz que brilla más que ninguna: es el faro de Luka Modric, que guía al Real Madrid en cada partido que juega de blanco. El croata es un mediapunta enorme escondido en el cuerpo de un mediocentro delgadito y ve el fútbol como nadie en la capital de España.


La Premier cambia la vida de los futbolistas. Cristiano Ronaldo llegó siendo un habilidoso extremo y salió como un feroz depredador del área. Gerard Piqué era un central blandito en defensa y terminó siendo uno de los mejores del mundo en su posición. Y Luka Modric llegó a Londres como uno de los mediapuntas más brillantes que han dado los Balcanes y acabó transformado en un centrocampista finísimo. Ganó en rigor táctico, en precisión y criterio a la hora de pasar, y, sobre todo, en fútbol.

Desde el día de su debut se le vio que no era como el resto. Su apariencia era delicada y frágil, pero su alma era de campeón. Sus cesiones al Zrinjski de Mostar y al Inter Zapresic son muy recordadas en el mundo indie –en especial la primera, en la que fue nombrado MVP de la liga bosnia en su primera temporada en la élite–, pero realmente fueron las que le hicieron futbolista. Modric ganó en coraje y lucha en las duras ligas exyugoslavas para consolidarse en el Dinamo de Zagreb, su club de origen. Cuatro temporadas y un nivel espectacular, sobre todo en la última, bastaron para que Juande Ramos se lo llevara al Tottenham. Tan sólo una temporada antes ya estuvo a punta de reclutarlo para el Sevilla.

En Londres, Modric mutó. Y no precisamente a las órdenes de Juande, cuya experiencia en la Premier fue infausta. Fue Harry Redknapp el que le sacó todo el jugo. Lo colocó en la base de la jugada para paliar las necesidades creativas del Tottenham y le dio el peso del equipo. Se encontró con un mediocentro soberbio, capaz de darle al alocado ritmo del fútbol inglés la pausa necesaria para que los spurs se impusieran por calidad.

Más que en uno de los mejores mediocentros del mundo, Luka Modric se transformó en un pintor. Pintaba unos paisajes futbolísticos preciosos en los que predominaban el color verde de la hierba y el blanco del balón. Dibujaba figuras llenas de expresividad y movimiento rematadas con unas pinceladas preciosas que nacían de su potente y sutil bota derecha. El destino era siempre la portería rival.

Chelsea y Real Madrid se enamoraron de él y finalmente aterrizó en la capital de España. Le llegaba la hora de pintar para la corte. Al público español le costó comprender su arte pero poco a poco se lo fue metiendo en el bolsillo. Old Trafford marcó el punto de inflexión. Y es que Luka Modric es un futbolista diferente al resto. Técnicamente es un prodigio y tácticamente es casi impecable. Puede descolgarse a la frontal y dar el primer pase de la jugada arrancando por delante de los centrales. Es capaz de montar el contragolpe en un pispás y de masticar la jugada con paciencia como es preciso. Todo ello con una finura impresionante. Ahora está en su salsa: la liga española favorece a los futbolistas de su talento. Y además tiene el plus de haber aprendido de la agresividad yugoslava y del ritmo inglés. El cóctel es inmejorable.

Su misión ahora es conducir a un Real Madrid que se atasca por momentos con el balón en los pies. No le pesan los galones; sabe que triunfará en su misión como capitán general del ejército de Carlo Ancelotti. Es el faro merengue y a medida que pasen los partidos brillará aún con más fuerza. El fútbol lo idolatra porque él lo trata de maravilla.

PabloG.

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