sábado, 25 de mayo de 2013

Los silencios de Klopp

Jürgen Klopp es un entrenador enérgico, expresivo e histriónico. Es un torbellino incontrolable en sus ruedas de prensa. Nunca pretende entrar en polémicas –de hecho, la única que recuerdo fue la que protagonizó después de la eliminatoria con el Málaga– pero siempre logra dar titulares, soltar algunos comentarios ingeniosos y, sobre todo, quitar presión a su equipo. Digamos que no es un entrenador al uso. Pero detrás de esta imagen que todo el mundo tiene de él ahora que ha alcanzado el punto más alto hasta el momento de su carrera, una imagen que él se ha ganado a pulso por otra parte, se esconde mucho más: Jürgen Klopp dice mucho más cuando calla que cuando habla. Cuando sus futbolistas se enfundan la camiseta amarilla es cuando realmente Klopp demuestra quién es, qué quiere y cómo lo quiere. Es un genio, de eso no hay duda, pero su talento reside en su silencio.


No todo fueron éxitos siempre para el técnico nacido en Stuttgart. Al final de la temporada 2006/07, el Mainz, el equipo al que dirigía y con el que lo había dado todo como jugador, descendió a la 2.Bundesliga. Bajaba el equipo de su vida. Quizá esa forma de conocer la derrota terminó de forjar definitivamente un carácter que ya exhibía cuando vestía de corto. Su equipo, cimentado en los principios futbolísticos que hoy asombran al mundo en su BVB, fue incapaz de mantener la categoría, pero ni siquiera eso le hizo cambiar de idea: al espectador hay que darle espectáculo porque para eso paga la entrada. Él lo define a su manera: “Preferíamos dar cinco veces en el larguero que quedarnos cuatro veces sin tirar a la portería. Mejor perder.

Mejor perder que fallar a nuestros principios, mejor morir que vivir sin alegría. Una alegría que nadie les podrá arrebatar jamás porque no depende de algo tangible, sino de una idea que perdura más allá de quién sea el jugador que la ejecute y el entrenador que la plantee. Esa ha sido la auténtica victoria de Jürgen Klopp en el banquillo y de Michael Zorc en la dirección deportiva. Se fue Sahin, el mejor jugador de la Bundesliga en la temporada 2010/11, y el equipo no sólo revalidó la liga sino que se coronó campeón de copa; se fue Kagawa, futbolista más destacado del Dortmund del doblete, y el equipo se ha plantado en la final de la Champions. Se irán Götze y Lewandowski y el equipo seguirá arriba, en la élite. “El dinero podrá comprar los goles, pero no los corazones” dijo un borusser justo después de enterarse de que el Bayern ejecutaría la cláusula del jugador franquicia de su equipo. Sabiéndolo o sin saberlo, soltó por su boca la filosofía que Jürgen Klopp lleva inculcando a la ciudad, en el campo y en los micrófonos,  desde su llegada en 2008. Corazón, unidad, implicación. El camino más recto hacia la victoria nace en los sentimientos. “100.000 freunde, ein verein” que reza su himno (“100.000 amigos, un equipo”). En el campo, 11 amigos y un único objetivo: ganar divirtiéndose.


Esta noche, cuando el balón eche a rodar a eso de las 20.45 con el rebosante estadio de Wembley como ruidoso testigo, podremos juzgar si Jürgen Klopp ha hecho o no buen uso del silencio más importante de su vida. Hoy tiene una dificultad añadida: Götze no podrá jugar por lesión. Deberá percutir con Reus por el centro, trabajar duramente a los laterales muniqueses con Grosskreutz y Blaszczykowski y crear, sobre todo crear, con el talento de Gündogan. Deberá ganar tácticamente para que sus futbolistas se sientan cómodos sobre el césped. Deberá, en definitiva, hacer lo que viene haciendo hasta ahora en la máxima competición europea. Se saben inferiores a su poderoso rival y quieren sacar partido de ello. Es la fuerza de la amistad contra el poder de los millones. Es el camino más bonito para hacer realidad el cuento de hadas del Dortmund. Y Klopp tiene la clave: sólo tiene que ser Klopp.


PabloG.

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