miércoles, 20 de febrero de 2013

Ilusionante desilusión


Por primera vez en lo que va de Champions, previa incluida, perdió el Málaga. Lo hizo en un partido raro, el peor de la temporada con diferencia. No conviene sacar demasiadas conclusiones. No sería justo. El Oporto realizó un despliegue físico y táctico brutal adornado con sutiles pinceladas de calidad técnica para dejar al Málaga a cero. A cero goles, disparos y posesión. No fue el Málaga. Por demérito propio y por mérito del rival. Acorralado, el equipo de Pellegrini sólo pudo dejar el tiempo correr. Los tres mil seguidores desplazados a Do Dragão miraban atónitos. Animaban, pero no estaban muy seguros de si ése era el equipo al que habían ido a ver. La camiseta pistacho, la falta de entrega y una imposibilidad absoluta a la hora de enlazar tres pases seguidos les hacían dudar, y con razón.


Vítor Pereira supo perfectamente como anular a su rival: con el balón en los pies bailó alegre y veloz el Oporto. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte, aunque con matices. Éste es el estilo del sólido bloque portugués, pero el inmenso desequilibrio que se pudo apreciar entre los dos equipos no existe, fue artificial y circunstancial. El Oporto es uno de los mejores equipos de Europa, ese eterno tapado que sin hacer demasiado ruido siempre anda por ahí en las últimas rondas de los mejores campeonatos europeos, el gran dominador de Portugal; pero ayudó bastante al recital que se vio que los Joaquín, Isco, Baptista, Santa Cruz, los líderes del Málaga en definitiva, se borraran casi totalmente del encuentro. No hubo actitud, no hubo empeño. Tan sólo las entradas de Portillo y Lucas Piazon en los minutos finales dieron algo de sentido al juego, pero era demasiado tarde. El Málaga ya había naufragado a orillas del Duero.

Cuatro pilares básicos hicieron del Oporto el dueño y señor del encuentro: el desorden de Alex Sandro, el control y la presión de Fernando, el poderío de Jackson Martínez y, por encima de todo, el inigualable talento de João Moutinho. El portugués, esa rencarnación laboriosa del mejor Deco, trazó con sumo cuidado y una precisión milimétrica cada movimiento de su equipo. Siempre acertó, encontrando la mejor opción para hacer que la máquina no se atascara, que los engranajes siguieran girando para controlar a cada minuto un poco más la eliminatoria. Su partido, manual en mano, fue perfecto. Hasta se atrevió a llegar con soltura a portería, algo bastante habitual en él pero llevado al extremo en esta ocasión. De hecho, en una de estas llegadas vino el gol que provoca que La Rosaleda tenga que ser un fortín en la vuelta. La filtró Alex Sandro después de una gran arrancada para que Moutinho la empujara. Al cándido juez de línea le pasó inadvertido que se hallaba algunos pasos por delante del último defensor malaguista, por lo que el gol subió al marcador. No existen las excusas: el Oporto llegó mucho –sin acierto, todo hay que decirlo– y Jackson Martínez ganó la partida más de una vez a los centrales. El resultado, si fue injusto, lo fue por escaso. Eso no quita que el fuera de juego no duela.

Pero, ¿quién no va estar ilusionado después de lo visto en Do Dragão? En el peor partido del Málaga, el Oporto fue incapaz de transformar su superioridad en una goleada histórica. Si no lo hizo fue porque la defensa costasoleña estuvo de diez, bregando una y otra vez con cualquier jugador blanquiazul que se atreviera a incomodar a Caballero. Demichelis y Weligton se las vieron y se las desearon con Martínez, pero lo cierto es que el colombiano no acertó a rematar ni una sola vez a puerta. También brilló Antunes, sereno y cada vez más asentado en el lateral izquierdo desde el que se encarga de cubrir todos los huecos creados por el centro. Fue el faro de la defensa, la pieza fundamental sobre la que el Málaga cimenta sus esperanzas de remontada. Pero para eso no se puede volver a fallar, el partido de Oporto debe ser un simple traspié. El Málaga tiene que volver a ser el Málaga. Ahora, queda por delante un mes entero de reflexión. El sueño debe continuar. Debe hacerlo.

PabloG.

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