sábado, 20 de octubre de 2012

Isco y Joaquín evitan el chaparrón


Hay días en los que nada sale como tienes previsto. Días en los que no te reconoces a ti mismo y en los que cometes errores absurdos que antes eran inimaginables. Días en los que muchos factores juegan en contra tuya: el clima, la hora, el césped… Y sobre todo, el rival. El Málaga vivió hoy uno de esos días. Falló pases casi ridículos, dejó huecos enormes y no tuvo ni el más mínimo acierto de cara al gol. Pero no todo fue demérito del Málaga. El Valladolid cuajó un partido estupendo, lleno de oficio, propuestas y fútbol, mucho fútbol. No cabe duda de que será un hueso duro de roer en la categoría, como lo fue hoy en La Rosaleda. Con un Manucho guerrero, trabajador y sacrificado que poco se parece al de su primera temporada en Pucela, este equipo cuenta con una poderosa arma ofensiva. Tan sólo tardó ocho minutos en demostrarlo, al enviar al fondo de las mallas un balón suelto precedido de un jugadón de fábula de Omar, que sentó a la defensa blanquiazul con un eslalon imparable. Y es que aunque Manucho sea la garra de este equipo, la calidad corre a cargo de un trío de ases que, desde la media punta, hacen que este conjunto tenga pocos símiles en mitad de la tabla. Omar es el desborde, Óscar el temple y Ebert la potencia. Los tres juntos, una pesadilla para el Málaga.


Pero hasta en los días más negros siempre hay una parte buena. En el día de hoy tiene nombre y apellidos: Isco Alarcón Suárez. Si no ha jugado frente al Valladolid su mejor partido de blanquiazul, si ha sido el más importante. En un partido frío, en el que el Málaga echaba demasiado de menos la serenidad de Monreal, tanto en ataque como en defensa, Isco se encargó de darle calor al juego. Porque Isco es un futbolista de sangre caliente, de los que hace vibrar a la grada con cada gesto, de los que gusta a la gente. Anduvo contagiado de la frialdad del ambiente durante los primeros minutos, pero sólo hizo falta una chispa para encenderle. Esa chispa se llama Eliseu, se combinó con Joaquín en banda, y le puso un balón raso al arroyero en la frontal para que la clavara. Fue como un penalti ejecutado desde la media luna ante el que Dani tan sólo pudo hacer la estatua. Isco empató el partido y dio alas al Málaga justo antes de que el árbitro señalara el camino a los vestuarios.


No sirvió de nada. Tras el descanso, volvió el Málaga más gris. El equipo estaba desorientado, perdido en un mar de camisetas negras y violetas que dominaban el balón y el tempo del partido. Otra vez se contagió Isco y otra vez desapareció el Málaga. Y mientras tanto, Caballero tenía que emplearse a fondo para frenar la tormenta pucelana, con el incansable Manucho como protagonista. Fue indescriptible la guerra que libró con todo el frente defensivo malaguista. Y salió victorioso casi siempre, aunque le faltó puntería. Ante esta situación, la solución sólo podía estar en el banquillo. Salieron Santa Cruz y Duda para arreglarla: el uno firmó un partido asombroso y tuvo en su cabeza el gol, pero un paradón de Dani lo evitó; el otro aportó cordura y velocidad en el centro del campo, algo que Recio fue incapaz de hacer. Pero no carburó del todo el Málaga hasta que volvió a aparecer, quién si no, Isco.

Una obra de arte le hizo coger temperatura de nuevo. Rompió a Rukavina con un control soberbio, entró en el área para asociarse, y sólo Baraja pudo evitar el gol de Joaquín. Desde ese instante, el Málaga regresó. Ayudó también la rigurosa expulsión de Manucho, que se fue a la caseta por doble amarilla tras una falta a Demichelis mientras pugnaban por un balón aéreo. Con su mejor activo en los vestuarios, el Valladolid capituló. Muestra de ello fue el penalti que Sereno realizó sobre Saviola. Pero lo que parecía la sentencia definitiva al equipo de Djukic se convirtió en un ensayo de Joaquín. El portuense mandó a las nubes  la mejor ocasión de su equipo a falta de cinco minutos para el final. Ni siquiera tuvo tiempo de lamentarse. Dos minutos más tarde aprovechó un rechace de Dani tras un trallazo suyo para, con una sangre fría admirable, pisar la bola, sentar al meta y sentenciar el partido. Hay que ser un artista para atreverse, más si segundos antes has fallado un penalti decisivo.


El Valladolid buscó el empate con su último aliento. Lo tuvo el inspirado Óscar en sus botas, pero el actual Pichichi nacional se topó con el actual Zamora, que volvió a salvar a su equipo con una parada decisiva para dejar tres puntos vitales en La Rosaleda. Esta vez logrados sin mucha brillantez, pero igual de válidos que todos los demás. Y ya van diecisiete.

PabloG.

2 comentarios:

  1. Gran post :) ¿Cómo has visto hoy a Óscar?

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    1. ¡Muchas gracias!

      Ha hecho un buen partido, como todo el Valladolid, pero quizá le ha faltado ese puntito extra que le ha hecho determinante en otros partidos. El mejor de los pucelanos, sin duda, Manucho.

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